lunes, 28 de diciembre de 2009

LA SUPERFICIALIDAD DEL OBJETO ARTÍSTICO


Hace unos años asistimos al incendio en Londres de uno de los almacenes donde se preservaban algunas de las obras más insignes del “Brit art”, muchas de ellas del coleccionista Charles Saatchi. En ellos había obras de los hermanos Chapman, Damien Hirst, Tracy Emin o Sarah Lucas. La noticia no salió a gran escala en los diferentes medios de comunicación (tal vez no sea interesante para ellos) pero nos da la oportunidad para recapacitar sobre el sentido del arte en la actualidad. En una sociedad como la actual donde todo se capitaliza, desde un objeto banal, pasando por una idea o un sentimiento, donde el copyright se impone hasta en lo más básico para la vida como las vacunas, puede parecer normal que el arte sufra este mismo proceso (para nada nuevo pero si radicalizado en la postmodernidad) puesto que se compone de diferentes elementos capitalizados por sí solos. Según la lógica del mercado, la confluencia de ideas, sentimientos, diseño, estética, aura, objeto etc. que se da en la obra podría servir como excusa para defender su capitalización como determinante e incluso más necesaria que otros ámbitos o actividades de la vida por su aportación artística. Sin embargo, según este razonamiento, el arte es tan solo algo más que se da en la vida, y formaría parte de nuestro día a día como el deporte, el trabajo o el problema de la vivienda, capitalizados en extremo. Aunque se puede ver el arte como algo cotidiano para quienes lo viven como forma trabajo, los estudiantes, o los asiduos asistentes de las exposiciones, de ninguna manera es una actividad más de nuestra cotidianeidad, y aunque lo fuera, tal idea no vale por sí misma para someterlo como el resto de actividades cotidianas a dicho proceso de capitalización-especulación.

El incendio en los almacenes londinenses de cientos de obras valoradas en unos 75 millones de Euros pone de manifiesto el sin sentido del acaparamiento de obras como inversión para después postergarlas a un rincón abandonado de un oscuro almacén. El fin para el que pudieron estar realizadas de supuesto “goce estético” queda radicalmente suprimido y el despropósito de su valor de mercado queda como una nota residual en un papel. La idea del atesoramiento de mercancías por parte del capitalista (como si se tratase de relojes, coches, botellas de vino o micro-chips) impregna esta actitud manchando al arte con superficialidad, desconceptualización y banalización. Una tienda de campaña de Tracey Emin como la destruida, con fotos de sus amantes puede ser muy interesante y contener una intensa reflexión poética, pero pagar miles de euros por la idea que conforma la obra puede ser absurdo. Digo “la idea” porque, evidentemente, por mucho que defienda la artista su obra diciendo que es un “momento seminal de mi vida”, esto por sí solo tampoco vale una cantidad determinada, aunque evidentemente, para el capitalismo todo tiene su precio. Si la oferta y la demanda dictan que esos elementos valen eso, es la “ley onmipotente del mercado” y contra esto no podemos luchar. Esto me da a pensar que tal vez yo también pueda pedir miles de Euros por presentar un momento seminal de mi vida, aunque claro está que no me llamo Tracey Emin. La obra es, en sí, fácilmente restituible sin que se pierda un ápice de su sentido inicial, lo realmente valioso es la idea y su formalización, pero el capital y el aura fetichistas no pueden permitir que esto cambie porque entonces se acaba el negocio. El artista no podría enriquecerse con su trabajo, el galerista con su especulación, y el comprador con el blanqueo de dinero o desgravaciones fiscales. Las Bienales y Ferias de arte Contemporáneo son la cúspide de la montaña jerárquica del poder, los distribuidores finales del producto; son la institución artística, donde todos los estamentos de la institución quedan bien patentes en sus diferentes roles dentro de la misma. Espero que nadie me acuse de querer que los artistas trabajen gratis o de que los galeristas no ganen dinero con su trabajo de dar difusión a las obras puesto que este no es el problema en sí. Toda persona que realice una actividad y aporte un grado suficiente de valor a la vida en común debe percibir un dinero por ello.

Esta lucha es un extraordinario campo de investigación contra-institucional. Debemos de luchar desde la imaginación y la ironía contra el portaviones del arte que navega por aguas inestables atacando a la base que lo sustenta, creando horizontabilidad no para destruir tal cual la verticalidad jerárquica del sistema (abandonemos la inocencia), sino para hacer ver que otras formas de relación son posibles y que pueden subsistir “al margen” de lo estipulado.

En un mundo en el que todo tiene propietario, valor y precio, el arte no queda fuera de este juego, o por lo menos cierto sector del arte, desde mi punto de vista, menos interesante. Lo más atractivo de este juego de poderes es el irónico surgimiento y ascensión de Internet con todas sus posibilidades potenciales. Digo irónico porque me parece, cuanto menos para esbozar una sonrisa, que el sistema capitalista haya puesto en el mercado el arma más poderosa que cuestiona todos los principios en los que se ha asentado dicho capitalismo (autor, mercancía, objeto, fetiche, etc.). La única explicación posible es que los estados y las corporaciones no eran conscientes del enorme poder que podía tener utilizado como arma contra ellos. Ahora se esmeran por poner cotas a este nuevo espacio mientras afirman y refuerzan las fronteras jurídicas para controlarlo a posteriori (por el bien común de la cultura), como controlan todo lo demás, porque el sistema no puede dejar que nada fluya al margen de él. En este no-espacio tanto físico (al margen del capital) como virtual, el arte tiene mucho que decir. Ahí si que hay contenido poético y discursivo pues es donde se desarrolla la lucha y donde queda mucho por decir. No nos vale un arte “neutro” que simplemente se acomoda a la circunstancia en la que surge, que sirve a los intereses de unos cuantos que acumulan obras como muestra de poder (como si fuera un Ferrari) ¿desde cuándo el arte ha sido conformista? Si hay conformismo no hay arte por mucha poética, metáfora, y estética que haya.

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