lunes, 28 de diciembre de 2009

BIENALIZACIÓN Y ESPECTACULARIZACIÓN DEL ARTE


Desde principios de los años 90 (todos recordamos con qué eventos) asistimos diariamente a la creación de mega-shows culturales, artísticos o deportivos llamados a monopolizar los medios de información oficiales con noticias que nos despliegan toda una serie de buenas razones y actitudes con la que surgen dichos acontecimientos. Sin embargo, es fácil no tomarse en serio dicha propaganda moralista si tenemos en cuenta que son prácticamente las mismas compañías y corporaciones patrocinadoras de los eventos y las responsables de muchos de los problemas ecológicos y sociales; aunque el caso del Forum es insultante puesto que está concebido para plantear soluciones a los problemas que los mismos patrocinadores provocan. Centrándonos en lo más próximo, en nuestro ámbito local se nos presentó hace algún tiempo la I Bienal de arte contemporáneo de Sevilla (Biacs) que ya va por la tercera edición y en puertas estamos de la 4ª.

Tal política despilfarradora crea la idea entre la gente de que las políticas culturales, económicas y sociales de las instituciones y corporaciones son las idóneas en el contexto de progreso socio-cultural digno de los países Occidentales (que algunos aún pretenden ver como depositarios de la Razón y la Cultura madre). Mediante estas políticas se difunde la ideología corporativista-institucionalista puesto que la idea de hacer una buena política cultural mediante espectáculos culturales es acogida con agrado por las clases medias que ceden la organización de su tiempo libre y ocio a las clases altas, convirtiendo dicha idea originaria en ideología y forma de vida, y despojándose de toda responsabilidad sobre su entretenimiento. Esta cara es la pantalla, lo visible, de toda una política que subyace y que no se muestra ni se mostrará nunca en abierto. Instituciones y corporaciones se esconden detrás de suntuosos halls de edificios y rascacielos construidos en las mejores parcelas de las grandes ciudades. Edificios defensivos y opacos que, como decía Rosi Braidotti, reflejan en sus cristales la ciudad, sin dejar ver el interior, que esconden silenciosamente. Tales eventos y shows culturales harían las veces de edificios solo que, mientras que ambos sirven para ocultarse, en los espectáculos culturales se pone en práctica una forma de actuar que sí es visible, y sobre todo, políticamente correcta, proyectando una imagen de “compromiso social”. Decía el profesor Miguel Ángel Ramos en clase de teoría estética que no hay nada peor que lo “políticamente correcto”, y estoy totalmente de acuerdo con él. En un mundo tan politizado, quién calla, otorga; quién no se posiciona está de parte de los de arriba, como estamos acostumbrados a hacer (y ahora no iba a ser menos) en esta ciudad callada y sumisa.

Navegar en agua de nadie, para que todos nos sintamos identificados, mostrar solo lo visible por su inocuidad y neutralidad no es ni tan siquiera callar y otorgar, sino vender esa forma de ser y pensar como idónea. Banalizar y simplificar contenidos mediante un reduccionismo vergonzoso es una forma de llegar a más gente, como ocurre con las series de televisión. Es con este razonamiento con el que surgen eventos como las Exposiciones Universales, los foros internacionales, las Bienales como la de Sevilla, y el “Forum de las culturas”. Es su forma de decirnos lo buenos que son y lo bien que administran nuestros impuestos; “así es como tenéis que pensar, si os salís de ahí, no sois ciudadanos honrados y honestos”, parece que dicen; “no hagáis más Porto Alegre, abandonad los foros anti-globalización y los movimientos de ocupación porque nosotros también pensamos en vuestros problemas y estamos aquí para resolverlos”. Somos el papa Estado y la mama Corporación, ejerciendo la más pura violencia doméstica al más alto nivel, ahora que está tan “de moda”. Ante esto, tan solo nos cabe dudar de todo lo que venga pensado desde posiciones tan altas y con tan buenos propósitos, porque, entre otras cosas, con esos mismos buenos propósitos se empiezan las guerras y después ya vemos en lo que acaban....

¿Quién cohabita en esas posiciones tan altas? Corporaciones y Estado por igual. El estado ya no nos representa, se alió al enemigo hace ya tiempo para hacerse más fuerte y nos utiliza con las mismas estrategias de idiotización y neutralización que su amigo de patio. Qué sabia es la sabiduría popular: si no puedes con tu enemigo, únete a él. El Estado abandonó la misión para la que fue creado tras las revoluciones del S. XIX, aunque podríamos incluso dudar que alguna vez cumpliera realmente dicha función, por lo tanto ¿Para qué lo necesitamos? Si hurgamos un poco en la piel, nos muestra sus ansias de control y de poder, muy en la superficie; ya nos lo advirtieron Foucault y Althusser y no les hemos hecho caso. La cara más visible de la unión de ambos se da precisamente en esos momentos de conversión de la cultura en espectáculo, en la especulación cultural y en la espectacularización. La introducción del capital privado para colaborar con el público no redunda en nuestro beneficio sino en el suyo; no nos proporciona mejores condiciones de vida pues ahora quedan ellos a un lado de la balanza como colaboradores que, juntos, y en un proyecto común cuidan de nosotros, y nosotros al otro. La frontera entre ambos son los recintos amurallados y las pantallas de televisión donde nos recrean la ilusión de una vida feliz, construidos mediante la especulación. En ellos, la simbiosis estado-corporaciones-pueblo es descafeinada y baja en calorías.

La “bienalización” del arte es el paralelo de la “espectacularización o museificación” de la vida, llena de parques temáticos. La espectacularización se produce en ambos, ya sea a través de Forums, Bienales, “Guggenheims” o “Terra Mítica”. Cuando lo hemos convertido todo en “cultura”, esta se convierte en la máscara del neoliberalismo. El poder se sigue valiendo de la cultura en general y del arte en particular para vender ideología, como sucede desde que el ser humano se organiza en sociedad sedentaria y jerarquizada. En nuestro caso las instituciones públicas de Sevilla se han puesto de acuerdo para apuntarse al carro y co-patrocinar un evento que surge como empresa privada y que es claramente deficitario.

Nuestro reto es quitar esa máscara cultural apropiándonos de su discurso, manipulándolo y mostrando su mentira. Nos venden una supuesta democratización de la cultura para esconder una banalización real refugiada en la masa, usando la cultura como legitimación de un modelo productivo que se realiza expropiándonos los contenidos, el lenguaje, la comunicación. Por un lado se roba al sujeto el espacio público para devolvérnoslo convertido en centro comercial, por el otro se le expropia su identidad para ponerla al servicio de una representación social-cultural. La bienalización hace exactamente igual: Nos expropia los contenidos autóctonos, nuestra identidad, y recursos, se nos roba la posibilidad de realizar actividades y organizar nuestro futuro mediante políticas públicas de apoyo y se expropia la identidad del artista para construirla en la fortaleza institucional. Volviendo a nuestro caso más concreto, no se nos da la oportunidad de obtener becas de estudios específicas ni se realizan concursos públicos de entidad para dar a conocer y ayudar a jóvenes creadores, pero se nos presenta una Bienal como la mejor política posible en torno a la creación artística Postmoderna. Nuestros jóvenes productores de arte no tienen ayudas en proporción a la población andaluza, ni en proporción a las facultades de bellas artes que existen en nuestra comunidad, ni se los fomenta, no se los muestra ni se les apoya para darlos a conocer, pero lo extranjero sí se apoya y difunde en nuestra ciudad.

El trabajo que nos queda por delante es hacer frente a esto desde los diferentes campos laborales en los que cada uno actuamos en la vida pública, mediante la crítica constructiva. En nosotros está dar o no una respuesta adecuada, firme pero sosegada a su discurso impuesto.

LA SUPERFICIALIDAD DEL OBJETO ARTÍSTICO


Hace unos años asistimos al incendio en Londres de uno de los almacenes donde se preservaban algunas de las obras más insignes del “Brit art”, muchas de ellas del coleccionista Charles Saatchi. En ellos había obras de los hermanos Chapman, Damien Hirst, Tracy Emin o Sarah Lucas. La noticia no salió a gran escala en los diferentes medios de comunicación (tal vez no sea interesante para ellos) pero nos da la oportunidad para recapacitar sobre el sentido del arte en la actualidad. En una sociedad como la actual donde todo se capitaliza, desde un objeto banal, pasando por una idea o un sentimiento, donde el copyright se impone hasta en lo más básico para la vida como las vacunas, puede parecer normal que el arte sufra este mismo proceso (para nada nuevo pero si radicalizado en la postmodernidad) puesto que se compone de diferentes elementos capitalizados por sí solos. Según la lógica del mercado, la confluencia de ideas, sentimientos, diseño, estética, aura, objeto etc. que se da en la obra podría servir como excusa para defender su capitalización como determinante e incluso más necesaria que otros ámbitos o actividades de la vida por su aportación artística. Sin embargo, según este razonamiento, el arte es tan solo algo más que se da en la vida, y formaría parte de nuestro día a día como el deporte, el trabajo o el problema de la vivienda, capitalizados en extremo. Aunque se puede ver el arte como algo cotidiano para quienes lo viven como forma trabajo, los estudiantes, o los asiduos asistentes de las exposiciones, de ninguna manera es una actividad más de nuestra cotidianeidad, y aunque lo fuera, tal idea no vale por sí misma para someterlo como el resto de actividades cotidianas a dicho proceso de capitalización-especulación.

El incendio en los almacenes londinenses de cientos de obras valoradas en unos 75 millones de Euros pone de manifiesto el sin sentido del acaparamiento de obras como inversión para después postergarlas a un rincón abandonado de un oscuro almacén. El fin para el que pudieron estar realizadas de supuesto “goce estético” queda radicalmente suprimido y el despropósito de su valor de mercado queda como una nota residual en un papel. La idea del atesoramiento de mercancías por parte del capitalista (como si se tratase de relojes, coches, botellas de vino o micro-chips) impregna esta actitud manchando al arte con superficialidad, desconceptualización y banalización. Una tienda de campaña de Tracey Emin como la destruida, con fotos de sus amantes puede ser muy interesante y contener una intensa reflexión poética, pero pagar miles de euros por la idea que conforma la obra puede ser absurdo. Digo “la idea” porque, evidentemente, por mucho que defienda la artista su obra diciendo que es un “momento seminal de mi vida”, esto por sí solo tampoco vale una cantidad determinada, aunque evidentemente, para el capitalismo todo tiene su precio. Si la oferta y la demanda dictan que esos elementos valen eso, es la “ley onmipotente del mercado” y contra esto no podemos luchar. Esto me da a pensar que tal vez yo también pueda pedir miles de Euros por presentar un momento seminal de mi vida, aunque claro está que no me llamo Tracey Emin. La obra es, en sí, fácilmente restituible sin que se pierda un ápice de su sentido inicial, lo realmente valioso es la idea y su formalización, pero el capital y el aura fetichistas no pueden permitir que esto cambie porque entonces se acaba el negocio. El artista no podría enriquecerse con su trabajo, el galerista con su especulación, y el comprador con el blanqueo de dinero o desgravaciones fiscales. Las Bienales y Ferias de arte Contemporáneo son la cúspide de la montaña jerárquica del poder, los distribuidores finales del producto; son la institución artística, donde todos los estamentos de la institución quedan bien patentes en sus diferentes roles dentro de la misma. Espero que nadie me acuse de querer que los artistas trabajen gratis o de que los galeristas no ganen dinero con su trabajo de dar difusión a las obras puesto que este no es el problema en sí. Toda persona que realice una actividad y aporte un grado suficiente de valor a la vida en común debe percibir un dinero por ello.

Esta lucha es un extraordinario campo de investigación contra-institucional. Debemos de luchar desde la imaginación y la ironía contra el portaviones del arte que navega por aguas inestables atacando a la base que lo sustenta, creando horizontabilidad no para destruir tal cual la verticalidad jerárquica del sistema (abandonemos la inocencia), sino para hacer ver que otras formas de relación son posibles y que pueden subsistir “al margen” de lo estipulado.

En un mundo en el que todo tiene propietario, valor y precio, el arte no queda fuera de este juego, o por lo menos cierto sector del arte, desde mi punto de vista, menos interesante. Lo más atractivo de este juego de poderes es el irónico surgimiento y ascensión de Internet con todas sus posibilidades potenciales. Digo irónico porque me parece, cuanto menos para esbozar una sonrisa, que el sistema capitalista haya puesto en el mercado el arma más poderosa que cuestiona todos los principios en los que se ha asentado dicho capitalismo (autor, mercancía, objeto, fetiche, etc.). La única explicación posible es que los estados y las corporaciones no eran conscientes del enorme poder que podía tener utilizado como arma contra ellos. Ahora se esmeran por poner cotas a este nuevo espacio mientras afirman y refuerzan las fronteras jurídicas para controlarlo a posteriori (por el bien común de la cultura), como controlan todo lo demás, porque el sistema no puede dejar que nada fluya al margen de él. En este no-espacio tanto físico (al margen del capital) como virtual, el arte tiene mucho que decir. Ahí si que hay contenido poético y discursivo pues es donde se desarrolla la lucha y donde queda mucho por decir. No nos vale un arte “neutro” que simplemente se acomoda a la circunstancia en la que surge, que sirve a los intereses de unos cuantos que acumulan obras como muestra de poder (como si fuera un Ferrari) ¿desde cuándo el arte ha sido conformista? Si hay conformismo no hay arte por mucha poética, metáfora, y estética que haya.